Hermano Mayor de Turno: Fernando Muñoz Tigel

Nací en La Fresneda el 31 de mayo de 1927. Soy el más joven de cuatro hermanos (Carmen, Pilar, María y un servidor) que, junto con mis padres (Marino y Gregoria) formábamos la familia Muñoz Tigel.

Con trece años, en 1940, mis padres decidieron que debía marcharme a estudiar a Alcañiz, a la Academia-Instituto José Antonio -el Colegio San Valero de los Padres Escolapios continuaba cerrado desde el comienzo de la Guerra Civil-.


Mi residencia estaba en la Calle del Carmen, en casa de la Señora Lorenza. Se decía por aquel entonces que estaba “de patrona”. No regresaba a casa hasta el fin de semana y lo hacía en autobús o en el “tren de Bot” según se combinaran los horarios. La distancia desde la estación, en Torre del Compte, hasta La Fresneda, la cubríamos en carro o en el coche de San Fernando haciendo honor a mi onomástica.

Mi padre murió en 1941. Años después con la reapertura del colegio ingresé en “los Escolapios”. La posguerra y la muerte de mi padre dejaron un panorama familiar doloroso y difícil y no pude ni quise renunciar a una oferta de trabajo del Banco de Aragón, entidad que conocen mis coetáneos cofrades. Posteriormente fue absorbido por el también extinto Banco Central.

Me casé en 1958 con Milagros Lozano, Milagritos, y fruto de nuestro matrimonio tuvimos tres hijos. Mi jubilación llegó el 7 de noviembre de 1984. Llegué a formar parte de la directiva del Club Deportivo Racing además de participar activamente en las asociaciones parroquiales alcañizanas.
Aun reconociendo mis carencias no he podido negarme a aceptar el nombramiento de Hermano Mayor de Turno para el presente año.

Para un fresnedino de ochenta y ocho años que reside en Alcañiz desde los doce, resulta muy gratificante sentirse partícipe (nunca protagonista) con un cargo representativo en nuestra entrañable Semana Santa, aunque sea por motivos normativos.

Como digo, nací en La Fresneda, pueblo bastante conocido por los alcañizanos y del que no ponderaré sus excelencias por motivos obvios. Desde los años cuarenta del pasado siglo, como estudiante primero y, luego, como empleado de banca, estuve Implicado en movimientos parroquiales como Acción Católica, Santo Ángel, Adoración Nocturna, etc. Contraje matrimonio con Milagros Lozano Burzuri y tenemos tres hijos: Fernando, María del Carmen y Arturo José que nos han dado siete nietos. No tengo palabras que alcancen siquiera a esbozar mi gratitud al Señor por tanto bien en este aspecto.

Pero lo que quiero comentar es mi experiencia en la Hermandad. Eran unos principios en que el grupo de organizadores tenía de todo: iniciativa, fe, entusiasmo, proyectos... de todo menos dinero. Aquel grupo de jóvenes, algunos niños, se lanzó a la piscina vacía y, como es notorio, supieron nadar sin agua.

Posteriormente llegaron las incorporaciones de pasos, farolas, estandartes, hasta conseguir una vistosidad en los desfiles procesionales, impensable en un principio. Permitidme haga hincapié en la banda de cornetas: la primera vez que vibró en mis oídos el sonido del metal, como gimiendo por tener que comunicar a la urbe y al orbe, la horrible injusticia que se perpetraba con el Justo entre los justos, sentí la conmoción de los grandes momentos de la vida. Y, es que, humildemente opino, que la música como algunas obras pictóricas, requieren la distancia adecuada en aras de la perspectiva.
Quiero terminar con un recuerdo emocionado para los hermanos que nuestro Padre ha llamado ya a su lado y que, seguro, estarán intercediendo por el auge de nuestra Hermandad.

Aceptad el saludo tan considerado como afable de vuestro Hermano en Jesús Nazareno.