Apuntes históricos de la hermandad

Con ocasión del 60 aniversario de la Hermandad, hemos rescatado unos apuntes históricos escritos en 1985 por Joaquín Marco Rico, primer presidente de la Hermandad de Jesús Nazareno, para que todos podáis conocer el origen de nuestra hermandad desde el punto de vista de uno de sus protagonistas.


Un mes antes el inicio de la Semana Santa alcañizana del año 1955 y dos años después de que, por un grupo de personas mayores, fuera fundada la Hermandad del Silencio, la Asociación del Santo Ángel Custodio realizaba su normal y anual Junta General Ordinaria, tras haber deleitado a niños, jóvenes y mayores –en aquella matinal jornada de domino- con una “excelente” película americana cuyo nombre o título es preferible no acordarse, aunque todos salieran de la sala cinematográfica “Roch” tan complacidos (¿?) tarareando: “¡Arriba el periscopio, abajo elperiscopio!”, quizás hasta que Dios nos llame a su morada… Y eso que la entrada fue gratuita, ya que, si hubiéramos cobrado algo por la entrada, actualmente la ETA o el GRAPO estarían haciendo el ridículo y basta de divagaciones, aunque todo sea historia, y de periscopios, auténticos intérpretes del desaguisado.

En aquella reunión de jóvenes se trató el problema de nuestra Semana Santa. La Hermandad del Silencio había llenado uno de los huecos existentes, el día de Jueves Santo, pero quedaba triste y solitario el día de Miércoles Santo. Por otra parte, la Procesión de los Tambores iba en recesión –queramos o no, y pensemos o no-; cada dia salían menos tamborileros y a ello se unía el flagicidio de la posible desaparición del Bis-bis, tradicional procesión de Lunes Santo que, desgraciadamente, desapareció merced al desinterés de los estamentos religiosos y a la apatía de los alcañizanos mayores, los cuales, salvo excepcionales personas que hicieron lo imposible por evitarlo, no movieron un dedo para que una procesión típica y propia de sus hijos cayera en el recuerdo del olvido.

También la Procesión del Encuentro, en Martes Santo, hacia aguas, y gracias a la actividad de Ángel Lasmarías (brazo y mente fuerte de la Semana Santa alcañizana) y sus ayudantes, está hoy en auge. Asímismo, la Procesión de la Soledad en Viernes Santo, procesión del pueblo alcañizano y sobre todo de sus mujeres, iba a la deriva aunque considerábamos que incrementaría su poca potencia con los hermanos del Silencio, dado su atuendo negro. Y no ha sido así y sí la han potenciado las mujeres alcañizanas.

Debido a todo ello y tras largas deliberaciones, la Junta General de la Asociación del Santo Ángel Custodio propuso constituir una nueva Hermandad, una unidad juvenil pensada y creada para fomentar la Semana Santa alcañizana. Para mantener y aumentar su tradición, sus procesiones, sus tambores. Una hermandad verdaderamente hermana en sus alegrías y en sus ilusiones, en sus pesares y en sus dolores, que, junto a su predecesora, la Hermandad del Silencio, llevara a todos los rincones de España la grandeza y sentimientos de la Semana Santa Alcañizana.

Quince días más tarde, quince días antes del comienzo de Semana Santa, nombraron una Junta Directiva que llevase a cabo el acuerdo de la Asociación del Santo Ángel Custodio. Así nació la HERMANDAD DE JESÚS NAZARENO.

Luchando contra el tiempo (quince días), la directiva puso nombre a la Hermandad, eligió como uniforme túnica azul (para favorecer a la procesión de los tambores), capirote blanco que sirviera para las dos hermandades, guantes blancos, zapatos negros; y, como distintivos, cíngulo amarillo con nudo a la izquierda y sobre la falda del capirote, círculo blanco encerrando la corona de espinas y en su centro los tres clavos cruzados, corona y clavos pintados a mano en colores naturales, de cuya confección se encargaron desde entonces, hasta nuestros días, las Rvdas. MM. Dominicas.
Velozmente es organizada la banda de tambores, cuyos entrenamientos comienzan sin demora. No hay tiempo que perder y , mientras se prepara el Paso de Jesús Nazareno –era el que salía ya en las procesiones vestido de terciopelo morado y cuya preparación sobre plataforma de ruedas corría a cargo de la Sra. Vda. de Roch y, cuyas facciones y manos eran una talla preciosa –y siguen siéndolo-, son encargados la Cruz de apertura de la Procesión, iluminada en vidrio coloreado y el cetrillo del Presidente y/o Hermano Mayor de Honor. No existieron problemas con la Cruz de apertura, realizada por la firma Carlos Navarro de Zaragoza; pero si con el cetrillo. En aquel entonces era Párroco de Alcañiz D. Rafael Galve Comín y en su despacho parroquial, bajo su honorífica presidencia, efectuaba sus reuniones diarias y nocturnas la Directiva de la Hermandad, en cuanto precisaba de la ayuda moral eclesiástica. Pues buen, decidido que el cetrillo fuera metálico y cromada y llevara en su partes superior el propio escudo de la hermandad, a falta de 5 días y aprovechando que Don Ángel Alcalá, sobrino de Mosén Rafael, partía hacia Zaragoza, se le encargó que, inmediatamente, consiguiera tal escudo. En la reunión de la noche siguiente, la Directiva se encontró con que, ante la imposibilidad de fabricar ese escudo en tan corto espacio de tiempo y la perentoria necesidad de salir con uno, Alcalá había traído el emblema de Acción Católica, metálico y cromado. La reacción fue unánime. No teníamos nada, sino al contrario, contra Acción Católica, pero su emblema no tenía nada que ver con una hermandad de Semana Santa y “eso” no se sacaba. Más tozudo que una mula, pero buena persona de la que, con diplomacia, hacíamos lo que nos daba la gana, amenazó a toda la Directiva con la excomunión por nuestra postura. Finalmente él reconsideró su postura, comprendió lo acertado de nuestras razones y nosotros, ante la premura de fechas, no tuvimos más remedio que aceptar sacarlo aquel año.

Venció Don Rafael, vencimos nosotros y todo quedó en agua de borrajas, porque en el año siguiente salió ya nuestro actual cetrillo. Por cierto que, a partir de aquel día, se inició una nueva era de nuestras relaciones. Resulta que el bueno de don Rafael, redomado pillo como pocos, tenía en los cajones de su escritorio caramelos, golosinas y diversas variedades de tabaco. A nosotros, como “críos”, nos ofrecía Celtas y sin embargo, a los del Silencio, con quienes, por otra parte, no hacía buenas migas, les daba ducados o Caldo. A partir, repito, de esa noche, entramos a saco en su despacho y ducados, Caldo y caramelos fueron para nosotros, hasta que cerró con llave… pero nos siguió dando Ducados o Caldo o caramelos.

Asimismo se preparó la capa del Presidente, blanca y también orlada con franja en morado y oro. Sobre falda del capirote las Rvdas. MM. Dominicas bordaron el escudo de la hermandad en oro y plata. De la misma manera fue bordado al año siguiente para los demás miembros de la Junta que presidía la procesión.

Y todo este trabajo en quince días, amén del burocrático por estatutos y demás papeleo, obtuvo su resultado positivo…

Por fin, el día de miércoles Santo de 1955 salía nuestra procesión a las 10 y media de la noche. Con un total de cuarenta y nueve participantes, entre filas y centros. Recuerdo a Mosén Rafael, dos años más tarde y a raíz de una de las trifulcas que solíamos tener –tozudo él, tozudos nosotros- nos vaticinó que esta hermandad no duraría ni cuatro años… ¡Ay, si pudiera ver a nuestra hermandad ahora, con más de mil hermanos! Seguro que su cara estaría resplandeciente porque, a pesar de todo, nos quería de verdad. Éramos sus hijos por mucho que le llevásemos la contraria y le hiciéramos renegar continuamente y aunque pareciera un hombre frío, dictador y de hierro, tenía un corazón de oro y joven que, al final, se doblegaba a todos nuestros deseos.

Las filas, con los escasos hermanos portando sus cirios encendidos. Abría la procesión esa cruz iluminada, tras ella la banda de tambores, después el Paso sobre ruedas y detrás, en aquel entonces, una o varias penitentes descalzas y bajo velos, para continuar el Hermano Mayor de Honor, tras él la presencia eclesiástica y como broche, la Junta Directiva.

Durante algunos años, voces sentimentales lanzaron desde sus balcones saetas a Jesús Nazareno, momentos inolvidables en que paraba automáticamente la procesión, bien organizada por los cetrilleros. La novedad de esta procesión congregó en calles y plazas a un enorme gentío y al terminar el recorrido, nuestra emoción fue inenarrable dentro de la Ex-Colegiata. Habíamos conseguido un pequeño éxito que ponía en franquicia ulteriores decisiones.

Tan pronto como acabó aquella Semana Santa de 1955, comenzamos a trabajar para la siguiente. No podíamos dormirnos en los laureles y las reuniones de Junta eran casi diarias, estudiando proyectos e hilvanando todo aquello que en nuestras mentes parecía factible, sopesando el pro y el contra de tales fantasías. Hubo quien propuso que todos los Hermanos en filas anduvieran unidos por una soga, mediante mosquetones, que a la par de dar mayor tipismo a la procesión mantuviese la distancia entre los penitentes, cosa que finalmente no prosperó ya que el coste era elevado para nuestra nula economía y teníamos que llevar a cabo empresas más importantes y necesarias, como fue la banda de trompetas y la confección de las galas para ellas y los tambores, galas de raso azul que llevaban pintado a mano el escudo de la hermandad y orladas por galón amarillo. Al igual que la Hermandad del Silencio, fuimos invitados a participar en la Procesión de la Soledad con nuestro uniforme y la presidencia de la misma. El Presidente de la Hermandad, junto a los demás de las restantes cofradías y hermandades. Para ello, salieron en el centro diez hermanos y el Mayor de Turno, acompañado por dos pequeños. Se adquirió capa blanca con el escudo bordado en oro y plata para el Hermano Mayor de turno y caperuzo rizado blanco, bordeado de raso azul para el Presidente, además de un pequeño escudo al pecho, también bordado en oro y plata.

Ya entonces se habló de la necesidad de adquirir un paso propio de la Hermandad, que no desdijera de los que poseían la Hermandad del Silencio y la Cofradía del Santo Entierro. Un Paso acorde con la moderna y futura Semana Santa alcañizana, puesto que el que utilizábamos era prestado y, aunque precioso, era muy pequeño y desmerecía de los otros. Pero de ello hablaremos más adelante.
Entre unas cosas y otras se nos presentó la Semana Santa de 1956 y ya contando con cien hermanos en la procesión. Pero ese año nos fastidiaron los fenómenos atmosféricos. Teníamos todo preparado, el día amaneció soleado y limpio de nubes, más al anochecer comenzó a nublarse de tal manera que, sobre las 9 y media de la noche inició la lluvia su paseo, hasta el extremo de tener que suspender la procesión porque no paraba de llover. Convocamos a todos los hermanos para el día siguiente, Jueves Santo, a las cuatro de la tarde si no llovía. Con un sol espléndido y una temperatura ideal salió la procesión y la opinión de la tente concluyente: era bonita, más de día que de noche por su colorido. Estábamos de acuerdo, pero nuestra obligación era llenar el día de Miércoles Santo, porque el Jueves ya lo estaba.

La banda de trompetas producto su impacto en el pueblo, la impresión de que éramos una copia del Silencio que se diluía y, por ser una hermandad de jóvenes y niños, nos rodeó la simpatía de toda la población, cuyos resultados se verían en años sucesivos, máxime al admitir en nuestra hermandad a las mujeres que, hasta entonces, tenían vedada su presencia, salvo en el Encuentro y en la Soledad, haciendo acto de presencia en todas la procesiones, incluidas las del Silencio y Tambores, desde aquellas fechas.

Aprovechando la estancia del escultor Don José Bueno, artífice de los Pasos del Silencio y Santo Entierro y que había terminado y presentado el Paso de Nª Señora de las Lágrimas, de la Hermandad del Silencio, le propusimos realizar el nuestro. Un Paso totalmente de talla –Jesús con la cruz a cuestas ayudado por el Cirineo- y en el que las figuras debían tener, aproximadamente las medidas que la Biblia y los historiadores calculaban. Lo pensó detenidamente y, al día siguiente nos respondió que no tenía inconveniente en hacerlo, pero no todo en talla. Exclusivamente rostro y manos, el resto debería de ir vestido. Lógicamente contestamos que no y el Sr. Bueno no aceptó el trabajo. También denegamos el ofrecimiento de un buen escultor alcañizano que nos propuso el paso de las tres Marías, al no encajar como primer Paso de nuestra Hermandad.

Escribimos a diversas escuelas de Bellas Artes, entre ellas la de Madrid, y de ésta nos respondió d D. Joaquín Larrañaga en calidad de profesor de la misma. A nuestra petición se presentó en Alcañiz y de acuerdo con las condiciones y sugerencias que se le hicieron, elaboró una maqueta preciosa con un presupuesto total del Paso, incluida la peana, de 125.000 pesetas a pagar en dos años si era posible. Le dimos la conformidad al  proyecto y empezó su trabajo y nosotros el nuestro para poder pagar. La maqueta nos la regaló después y actualmente es propiedad del primer tesorero que tuvo la Hermandad.

En primer lugar, organizamos la rifa de muebles de un comedor. El precio de los boletos era de 2,50 pesetas y todos los domingos y días festivos salíamos la Junta y ayudantes voluntarios a vender los billetes, recorriendo todas las calles de Alcañiz, casa por casa y piso por piso, llevando los muebles, expuestos sobre la caja de un camión, para que todo el pueblo los viera. Los últimos boletos que quedaron se agotaron en un festival teatral que tuvo lugar en el Teatro Principal.

A continuación, procedimos a organizar un festival taurino a beneficio de la Hermandad, que se celebró el domingo de Pascua del año 1957, año en que se estrenó el Paso. Adquirimos los becerros en una ganadería de Quinto, a la que nos trasladamos con un camión preparado con toldo para traer los animales y en la que sentimos algo así como “mieditis aguda” al vernos rodeados por los “bichos” sueltos y sin un mal árbol al que subir si les daba por arrancarse, aun cuando el mayoral nos tranquilizaba indicándonos que anduviéramos despacio y en silencio. Suspirando tranquilos, iniciamos la vuelta, con los becerros ya pagados mediante el dinero que nos prestó un comerciante de Alcañiz. Los cuatro animales costaron 10.000 pesetas. En la carretera nos paró una pareja de la Benemérita, preguntando qué llevábamos. Tras indentificarnos y presentarles la documentación de la carga, quisieron comprobarla, a pesar de advertirles que era peligroso. Abrieron con cuidado un ángulo de la lona y cerraron inmediatamente ante el bufido de ataque que se les vino encima. Tartamudeando, nos dejaron el camino franco rogando fuéramos con cuidado y llegásemos cuanto antes. Nuestras comprensivas sonrisas se transformaron en carcajadas cuando iniciamos de nuevo la marcha.

En este festival actuaron gratuitamente varios “diestros” de Alcañiz, cuya labor y revolcones fueron aplaudidos por el respetable. La entrada costaba 7,50 pesetas y con el número del billete se rifó, sin cobro, un jamón. Las ayudas personales nos llovieron por todas partes y pusimos, merced a ellas, nuestros propios porteros seleccionados entre gente de total confianza para que nadie entrase sin pagar. Comenzando por el Presidente de la Hermandad y terminando por el último niño, todo el mundo sacó su entrada, incluso los porteros. Mención especial merece el pelotón de la Guardia Civil que, obligatoriamente, acudía a todos los festejos taurinos, fueran benéficos o no y, cuyos miembros, al llegar antes las puertas, rompieron filas y se dirigieron a las taquillas para sacar sus localidades y las de sus familiares. Un hecho que les dignifica una vez más y que la Hermandad de Jesús Nazareno no ha olvidado.

Jamás ha existido un llenazo tan impresionante de la Plaza de Toros, pues, sin tópico, se llenó hasta la bandera. Junto a ella se sentó gente que no consiguió otro sitio. Se agotaron las entradas normales y se vendieron las matrices hasta que nadie más acudió. A ello ayudó el tiempo con un día primaveral, casi veraniego.

Días antes de esa Semana Santa llegó el paso. Cuando lo vimos nos quedamos fascinados por su grandeza y monumentalidad. El escultor Don Joaquín Larrañaga había cumplido fielmente nuestros deseos, pero… los hermanos que en buen número se habían apuntado como portadores tuvieron tal pasmo que, ante su magnitud, exigieron para sacarlo que pusieran el hombro también el presidente y los miembros de la Junta que lo habían encargado. Así se hizo y todos tan contentos. Una vez preparado con luces, baterías, andas y demás, llegó la noche de Miércoles Santo. La multitud esperaba expectante la salida del Paso.

Cuando por la puerta principal de la Ex – Colegiata apareció a hombros de los 16 portadores, el silencio reinante se transformó en murmullos de admiración y a la par de angustiosos, del gentío que presenciaba la procesión, sobre todo cuando el Paso descendió la escalinata de la Iglesia. Penosamente embocó la Calle Mayor hacia la parte baja de la Ciudad.

A medida que la procesión avanzaba podía escucharse el crujido de las muletas que, astilladas, saltaban en cada descanso que hacían los portadores. Ya por los Almudines y calle de las Monjas, fueron bastantes los espectadores que, intuyendo la dificultad que se cernía sobre los portadores, partieron raudos hacia la Ex – Colegiata para volver cargados con los báculos o muletas que quedaban. Antes de finalizar la calle por el Muro de Santa María, advertíamos a los portadores más negligentes que apoyasen la muleta en el paso al descenderlo y no al revés, porque agotábamos las existencias de palos y las restantes Cofradías y Hermandad nos iban a moler a ídem.

Pese a ello, subiendo por la Plaza Cabañero no existían, prácticamente, muletas en uso. Los relevos se hacían directamente de hombro a hombro mientras se tambaleaba el Paso, y el público asistente sufría quizás más que los propios portadores, hasta el punto de que, en la misma esquina de la Calle Mayor junto a la Plaza de España, una apesadumbrada abuela exclamó: “¡Pobrecicos, si debe pesar 700 kilos por los menos! ¡Pobrecicos!...” Y uno de los portadores –tartaja él- contestole más que diciendo: “¡Se… se… setecientas hostias, señora!”.

El resto de los portadores, a pesar del sufrimiento, no pudo contener la risa y a punto estuvo el Paso de besar el suelo y provocar algún desaguisado. Gracias a que los miembros del otro relevo echaron mano a l mole inmediatamente y, entre todos, se evitó lo que pudo ser una tragedia.

Aquello pareció resucitar el ánimo de los decaídos portadores y el Paso pareció volar hacia el término cercano del recorrido, amenizado por algún que otro chiste de un portador guasón, al cual, justo en mitad de la baranda de la Iglesia, se lo ocurrió soltar: “Cirineo, o bajas a ayudarnos o tú y el Nazareno, por Dios que vais baranda abajo!”. El Paso se tambaleo y nuevamente los brazos del otro relevo impidieron un desastre. Entre ayes y risas acabó aquella odisea.

Lo cierto es que, finalizada la procesión y definitivamente tranquilos, la opinión y declaración de los portadores fue unánime: “No faltaremos ningún año mientras podamos”. Un refrigerio a base de tortas de Pascua, licores, etc., acompañó a la culminación del acto, siendo compartido por todos los Hermanos tal cual sigue haciéndose en la actualidad.

Los carpinteros trabajaban sin demora y a contrarreloj en la fabricación de nuevas muletas necesarias para el resto de las procesiones. Pero no sabemos quién las pagó, nosotros no.

Aquella primera experiencia con el Paso, constituyó un problema a solucionar cuanto antes. Desde la rotura de tantas horquillas, era posible que no nos prestasen nuevas forcachas. Aparte de las mejoras que se introdujeron de 1957 a 1958, todas las reuniones acababan versando sobre lo mismo: encontrar una fórmula de llevar el Paso sin peligro.

Un excelente Hermano Mayor de Honor, junto con su esposa, ofreció costear por su cuenta y regalarnos la instalación de ruedas que quisiéramos, fuera cual fuese su importe. Desde luego, el Paso no podía ir con ruedas convencionales, pues el movimiento pendular era imprescindible y fuera de discusión. Se estudió la posibilidad de utilizar ingenios mecánicos, incluso con ruedas basadas en ejes excéntricos, más tales fantasías resultaban impracticables. A la vista de lo cual, decidimos poner al Paso una barra central con la que el número de portadores aumentó en cuatro: dos delante y dos detrás. Ello, unido a la enseñanza recibida el año anterior, mejoró el trabajo de los portadores; pero el resultado fue negativo, de tal manera que si en 1957 quedamos extenuados, en 1958 terminamos derrengados. También en 1958 salió el Paso por la puerta principal.

La Semana Santa de 1958 expiró y con ella el mandato del primer Presidente de la Hermandad. Otro hermano ocupó su cargo, pero él continuó siendo portador del Nazareno.

Con vistas a la Semana Santa de 1959 y tras arduas deliberaciones, se proveyó de patas metálicas al Paso, con lo que se eliminaron las muletas. Desechada la barra central, se hicieron dobles las barras laterales, de forma que el peso recayera sobre todo el cuerpo y no sólo sobre un costado, excluyendo así la posible deformación de la columna vertebral y cualquier accidente sobre la parte afectada por el peso. Por tales motivos, a pesar de las numerosas peticiones de jóvenes de llevar el Paso, nunca se atendieron las de aquellos que no hubieran terminado su formación corporal, en cuanto a desarrollo integral se refiere, o sea, menores de 20 años.

En 1959 el Paso, ya con patas, salió por la puerta trasera de la Ex – Colegiata, cuya bajada fue cementada y todas las procesiones siguieron el mismo camino.

A partir de 1958, la Junta entrante y las que le sucedieron después, mejoraron paulatinamente la Procesión de nuestra Hermandad y a sus Presidentes y a los demás miembros de Junta compete hablar y llenar con su memoria la Historia de la Hermandad de Jesús Nazareno. Ellos hablarán de los estandartes, cierres de procesión, capas rojas, Pasos añadidos, innovaciones en las bandas de tambores y trompetas, etc.; pero hubo un suceso que puso en entredicho si Don Joaquín Larrañaga fue o no el verdadero escultor del Paso del Nazareno.

Una de las Juntas de la Hermandad, con objeto de quitar peso al Paso, eliminó de su frontispicio los ángeles portantes del escudo, los cuales pesaban lo suyo. Y llamó al escultor para que ahuecara, interiormente y por la base, la figura de Jesús.

Sorprendentemente, El Sr. Larrañaga propuso aserrar, literalmente, de arriba abajo la figura (fui consultado sobre ello) y no se aceptó su propuesta bajo ningún concepto, a pesar de su confianza en el resultado. Aquellos ángeles con el escudo están guardados en la Ex – Colegiata.

El paso del Nazareno original era un poco distinto del actual, en cuanto a la peana y sus exteriores se refiere. La maqueta es la única prueba que tenemos de cómo era y se halla en poder de quien fue el primer tesorero de la Hermandad, gracias a una desdichada rifa que de ella hizo una Junta y que, aunque desdichada, resultó afortunada para la Hermandad por la persona que resultó agraciada en el sorteo, dado el cariño y cuidado con que la guardará. ¡Y menuda envidia tenemos los demás!
Por cierto que sería interesante hacer, a plena luz del día, fotografías en color tipo portal de esa maqueta y ponerlas a la venta, con un margen de beneficio para la Hermandad. Seríamos muchos los compradores y, máxime, los que desconocen cómo era el Paso inicialmente. Un bello recuerdo de la Semana Santa alcañizana para los forasteros y para nosotros los que ahora sumamos más de mil hermanos. Mil postales con venta asegurada, pues nadie puede asegurar que la maqueta no desaparezca por cualquier causa.Y, a propósito, ese primer tesorero tiene una relación de los primeros hermanos y quizá tenga más documentos. Pedidle fotocopias.

El Paso de la Cruz con las espinas fue hecho a mano, íntegro, por un grupo de hermanos que descuellan por sus dotes metalúrgicas, entre los que se encontraba alguno que conocía el monte de Alcañiz, palmo a palmo, de tal forma que consiguió para la base de la Cruz iluminada la corona de espinas, obtenida de los artos o cambroneras que se encuentran en el término de Alcañiz y, sin duda, en el lugar en donde fue crucificado Jesús, ya que son exactas.

La base traslúcida de la peana fue ideada y efectuada artesanalmente por un hermano, ayudado por una de sus hijas, de cuyos nombres –imitando a Cervantes- no quiero acordarme. La iluminación no, aunque sí la idea sobre la misma base. Desde su fabricación son ellos, exclusivamente, los portadores de la Cruz iluminada y, al mismo tiempo, quienes se encargan de tenerla dispuesta para la procesión. Su permiso es necesario para llevarlo, si algún otro hermano lo desea y, ello, siempre que falle alguno de ellos o sus elegidos. Antonio Pellicer Latorre formaba parte de los promotores, él está más capacitado para hablar sobre ese Paso.

Los portadores del Paso principal tienen prerrogativa para llevarlo a perpetuidad. Para no perder su derecho, en el caso de que, por enfermedad o cualquier otra causa, no pudieran llevarlo algún año, les es obligatorio buscar un sustituto para esa ocasión y, si no lo consiguen, la Hermandad puede disponer libremente del puesto concediéndolo a otro hermano pendiente de su oportunidad, siempre y cuando ostente las condiciones físicas idóneas para tal menester. El nuevo portador adquiere para sí el derecho sobre tal extremo y tiene la facultad de concederlo, al igual que los demás portadores, a quien estime conveniente, siempre bajo la integridad física del futuro portador.

Otra de las facetas importantes respecto a los portadores del Paso de Jesús Nazareno, extensible a los de otros Pasos, es que, en caso de su fallecimiento, la Junta Presidencial de la Hermandad debe colocar, en el momento de su entierro o antes si lo desea, sobre su ataúd, el caperuzo morado, cíngulo y escudo del portador fallecido, acudiendo al entierro una representación de la Junta, o hermanos que la representen, y cerciorarse de que dentro de su tumba y nicho quedan depositados sus ornamentos de portador, fuere en el interior o exterior del ataúd. En el supuesto caso de que sus padres, viuda, hermanos, etc., quisieran conservarlos como recuerdo, o que, por tratarse de algún portador ya “jubilado”, no los tuvieran, la Junta deberá poner unos de reserva a tal fin. Dos portadores, Luis Bello Orrios y Guillermo Lafuente , ostentan en el Más Allá sus distintivos.

Las faldas de las andas, de terciopelo negro, del Paso principal, fueron obsequio de Don Pedro Marco Velasco, Hermano Mayor de Honor de la Hermandad.

El cargo de Hermano Mayor de Honor era, y debe de ser, concedido a personas que hayan hecho algo importante por Alcañiz o por nuestra Hermandad, sea cual sea su filiación política que no nos incumbe. Y no se debe nombrar para tal cargo a hombres o mujeres que no cumplan y hayan cumplido esa condición, cosa que en alguna ocasión ha ocurrido, como en una en la que actué de vocal y la mayoría decidió. Ni por amistad, intereses particulares, dinero, etc., ni siquiera al Rey, hay que otorgar tal nombramiento, salvo que se cumpla las peculiaridades  subrayadas. Y he nombrado “mujeres” porque también pueden ostentar el cargo, como pueden ser hermanas de la Hermandad de Jesús Nazareno.

Entregando la memoria a otros hermanos, recuerdo que fueron Hermanos Mayores de Honor: Angel Rock, Pedro Marco Velasco, Mosén Romualdo Soler, Joaquín Larrañaga, P. Enrique Latorre, Mosén José (¿) Estarán, D. Rafael Galve Comín, José María Pascual Fernández Layos, José Luis Figuerola, Antonio Soler Aranaz, Ángel Vidal Fernández, Mauricio Herrera, etc., El resto podrán indicarlos otros presidentes o miembros de las Juntas sucesoras.

Pionera de la Hermandad fue la Asociación del Santo Ángel Custodio, nombrando como fundadores: Presidente, Joaquín Marco Rico; Secretario, José Manuel Egea; Tesoreso, Joaquín Génova Grau; Vocales, Jesús y Rafael  Félez, Jerónimo Gil, Eladio Mateo, etc. Todos ellos y los que no recuerdo, es fácil localizarlos en la lista de hermanos, por orden de número.

Mas hay que tener en cuenta que si la Junta estaba formada por ocho o nueve hermanos, en realidad la constituían más de veinte en aquel entonces, porque ayudaron casi todos los hermanos, cual siguen haciendo ahora, en su anonimato: limpiando y cuidando los Pasos, proporcionando las baterías gratuitamente, preocupándose de
faroles, estandartes, hachas, alcohol, gasolina, y todo aquello que pueda precisar la Hermandad.
Y estos anónimos hermanos y colaboradores tienen derecho a que sus nombres persistan en la historia de la Hermandad. Os será fácil encontrarlos por medio de los restante presidentes y miembros de Juntas, entre los que cabe destacar a uno de los presidentes: Jaime Celma Cervera, quién está continuamente al corriente de cuanto ocurre con su Hermandad, a la que ama y se dedica como ninguno lo hemos hecho; en cuanto a las Juntas precedentes a la actual se refiere, claro.
Al finalizar mi presidencia, toda la documentación existente quedo en poder de la nueva Junta, en la que continuaron el Secretario y Tesorero de la primera. La viuda de José Manuel Egea, sin saberlo, es posible que guarde documentación de la Hermandad; así como Joaquín Génova, primer Tesorero, el cual me consta guarda la primera relación de Hermanos, además de la maqueta. De ambos podéis conseguir más información  documentos.

Si no recuerdo mal, el segundo Presidente fue Pedro Joaquín Llombart. El conocerá a su sucesor y así sucesivamente, daréis con los demás.

La Hermandad de Jesús Nazareno se ha distinguido siempre por su cooperación y ayuda a las demás Cofradías y Hermandades, pese a la clásica competencia amistosa y animosidad existente con alguna, que admitió los consejos derivados de nuestra escasa –pero juvenil- experiencia, como asimismo admitimos de ella su  crítica constructora y positiva en bien de la Semana Santa alcañizana.
Por ello y como colofón, no tengo más remedio que citar un nombre, el del primer Presidente y fundador de la Hermandad del Silencio, José Anglés (alias Morris). Con solo citar su cargo no hubiera hecho falta mencionar su nombre. En un mundo feliz, desgraciado y/o conformado, quien le conoció le recuerda y aquel que no le cupo en suerte conocerle sabe de él, merced a cuanto oye y a lo que se cuenta. Él y sus colaboradores, entre los que cabe destacar a Manuel Lasmarías Castillo, fueron los que propiciaron la fundación de la Hermandad de Jesús Nazareno dado que, los jóvenes, reaccionamos pronto ante la lección de los “viejos”. Si ellos fundaron la Hermandad del Silencio –que el pueblo llamó después la de los “ricos”, porque eran mayores y con dinero-, nosotros fundamos la del Nazareno –la de los “pobres” porque éramos jóvenes sin un duro-, en base a las palabras de Jesús: Dejad que los niños se acerquen a mí. Y si en un principio fuimos 49, hoy pasamos de mil. Quizás la palabra sea plata y el silencio oro, pero ilusión y juventud son platino puro, y, de todo ello: palabra, silencio, ilusión y juventud, nuestra Hermandad está ahíta.

José Anglés, aquel prohombe resolutorio del futuro de la Semana Santa alcañizana, luchó y perdió contra la muerte y, cuando murió, la Hermandad de Jesús Nazareno paró sus filas ante su vivienda, en la Calle Alejandre. La banda de tambores y trompetas hilvanó una melodía de tono grave y triste, porque nuestra Semana Santa acababa de perder a uno de los hombres que más había hecho y trabajado por ella. Podíamos ser enemigos acérrimos –en cuanto a las dos Hermandades se refiere- pero si en algo nos necesitábamos imperaba la unión sobre cualquier anomalía. Sus sucesores no valen menos, como siguen siéndolo los nuestros. Hoy por ti, mañana por mí. Todos unidos en pro de la Semana Santa de Alcañiz.


¡Adelante, alcañizanos!

JOAQUÍN MARCO RICO
Primer Presidente de la Hermandad de Jesús Nazareno
Alcañiz, 1985